Algo terrible he tenido que hacer en otras vidas o en esta, porque mi vida ahora mismo es una cascada imparable de putadas encadenadas.
Cada día entiendo menos esto de estar viva.
No sé si es una bendición que Andrés tenga síndrome de Asperger. Si lo miramos por la arista menos compleja se trata de alguien especial, distinto, ese tipo de personas que no se preocupan por las reglas grises e insulsas de una sociedad consumista, enferma de poder, de indiferencia y de soberbia. Tiene un tipo de "Ceguera emocional", define Wikipedia, si entonces le damos vuelta al conflicto miramos una arista marcada por la desazón. Somos todos tan egoístas que pensar en que alguien con ese tipo de síndrome pueda encajar en esta nuestra sociedad es terriblemente abrumador. Como sea, prefiero la primera, porque de fuerza tiene que estar hecho uno, cuando ve sufrir a aquellos con quienes compartimos la sangreo o la vida misma.
En fin, no acabó e digerir esto entre amistades falsas, charlas aburridas de gente que se siente heredera de un periodismo que para mi desgracia ha muerto, decisiones que me hicieron falta tomar en el pasado y que llegan de bote pronto con su respectivo arrepentimiento, celos infundados y tristes acariciados por dejos de vergüenza y putadas de un trabajo que parece más un ataúd en el que me revuelco por la asfixia.
Pero no todo es tan malo, aunque nos envuelva el miedo porque en un nuevo día aparezcan más cadáveres de la sórdida guerra entre los cárteles de droga en el País, existe una esperanza mínima a la que solemos llamar conmumente amor.
Así pues sea esto una promesa al amor que yo he encontrado, al amor por mi profesión que lucha por salir de la tumba aunque sea empujado por la mediocridad que parece inundarlo todo, al amor de una madre que llora cada lágrima de su hija y trata de extinguir un desasosiego aterrador, al amor de un hermano que en la distancia recuerda que lo une a su ser querido, al amor de un hombre cuyo beso puede significarnos la única razón de una existencia efímera, al amor de los amigos verdaderos, esos que no te ignoran o te cambian por apariencias o al amor de ese periodismo al que algunos como yo le seguimos llevando flores a la tumba, esperando que algún día resucite.
He hablado, la cascada imparable de putadas puede llevarme a un río de aguas absolutamente tranquilas en el que pueda encontrar un poquitito de paz.