Antes de comenzar debo decir que es posible que mis tripas influyan en lo que voy a escribir, porque traigo el enojo en la panza.
Con la lectura del último libro “Psiquiatras, Psicólogos y otros enfermos”, regalo preciado de mi querida amiga Isabel, me di cuenta que soy lo suficientemente infeliz como para sentirme excelentemente bien.
Me di cuenta que la gente siempre quiere más de lo que tiene, más de lo que necesita, más de lo que espera, más de lo que se merece, más de lo que da, más de lo que recibe, pero poco hace para obtenerlo o cuando lo obtiene ya no le apetece más. En fin, que quizá la insatisfacción sea el modo más común de vivir o más cómodo.
Yo, por ejemplo, tengo mucho más parecido con el protagonista de la novela, del que quisiera. Tengo un amor imposible, pero no imposible porque no pueda tenerlo o algo así, sino todo lo contrario, como en la película El Ángel Exterminador de Luis Buñuel, aunque no haya obstáculo tangible que impida que sea fructífero, resulta verdaderamente tortuoso casi todos los días.
Debo ser completamente honesta y decir que pasé de ser la cabrona (con mayúscula) a ser la cobarde aguantadora de insensateces, celos, minucias que terminan en tragedias, reclamos a manos llenas, demoledoras confesiones y así una interminable lista de putadas (casi) todas insignificantes…lo increíble es que sigo ahí, como mirándome desde una ventana paralizada de dar un paso que me haga perder lo poco que tengo.
Ahora comprendo que lo que estaba a mi lado, era algo que cuando era completamente mío no lo quería, cuando lo dejé un rato y vi la posibilidad de que alguien más lo tomara me di cuenta que siempre lo quise, pero entonces ya estaba descompuesto y por más que desvele en intentos por repararlo resulta casi imposible.
Lo que él no sabe, que yo sí sé, es que yo de verdad siento mucho más amor de lo que su barrera, creada o no por mi (tema discutible) le deja percibir. Sí, le amo, mucho más de lo que hoy, en este momento, soy capaz de amar a otra persona que no sea de mi familia. Que sí me gustaría reír juntos por la vida, para mirarnos mucho tiempo en fin…todas esas cosas que uno quiere de alguien a quien ama.
Pero al mismo tiempo, me amo a mí. Digamos que soy feliz con mi infelicidad, porque aprendí a no estar dispuesta a volver a amar sin reconocerme, sin que el amor me represente una emoción que no lastime, que no duela, y nosotros parece que lo que tenemos es más parecido al amor entre dos maniáticos de atar, hasta masoquistas, que gustan de recomponer todos los días algo que a todas luces ya no tiene camino…aunque haya mucho amor!!!
Creo que ambos estamos locos, pero vamos, creo que toda la gente está loca, en mayor o menor medida y hace su vida normal, llenando el tiempo con pequeñas cosas, pequeñas insatisfacciones, pequeños amores imposibles...entonces respiro y comprendo con tristeza que este amor tiene que acabarse antes de que él nos acabe a los dos…
Con tristeza, sí, he de reconocer que este amor ya más que encuadrar en mi locura está ya en su etapa peligrosa…o explota y renace…o se muere…porque jugar a los locos ya a veces es insostenible, sobre todo cuando lo que sobra es gente loca.