Más de 120 kilogramos retozando pesadamente en el blanco sillón de un table dance de insurgentes. Es un hombre que sostiene en una mano un cigarro consumiéndose y tiene la otra en la nalga de una bailarina con diminuta ropa, maquillada hasta el empalago, con la mirada en la pista y con un dejo de nostalgia y aburrimiento notorios a un kilómetro y hasta transmisibles a la vista.
Cuando llegamos a dicho antro, después de un par de horas y de tragos en la popular cantina y birriería “La Polar”, los de seguridad del…(para comodidad mía y entendimiento de todos le llamaré putero, esperando no herir fibras susceptibles) putero nos condujeron a la parte de arriba, donde les tronaron los dedos a dos hombres que disfrutaban con ojos desorbitados y casi jadeantes el espectáculo, para que abandonaran ese lugar, que fue ocupado por nosotros.
Corrieron los tragos, whisky, vodka, tequila, agua mineral, cerveza, lo que quisiéramos, total el hombre regordete a quienes todos rendían pleitesía iba a asumir el costo como acostumbradamente lo hace.
Al verlo dormido, con la puta a lado cayéndose de aburrimiento, sentí un piquetito en el corazón porque me di cuenta que lo que Nacho dice es verdad “ahora veo que el universo es un lugar vacío y cruel, cuando no hay nada mayor que su necesidad en él”.
Bellas mujeres se contoneaban en la pista, con las tetas inmóviles, así encajadas en el cuerpo a fuerza, como un mal amor sin alma, encajado en nuestras vidas, pero de esos que no duele, que sólo sirven para presumir al mundo que amamos, de esos que admiramos de lejos y que nunca sentimos nuestros en realidad.
Pensé en cómo a mí se me movían las tetas incluso apenas me agachaba y eché a reír sola al pensar que el silicón tal vez pudiera ser una protección, como un escudo o algo así en contra del amor, y que en realidad esas mujeres eran cada una en su justa dimensión heroínas y entonces su poder era hacer jadear a los hombres y para eso tenían un escudo peculiar…algo que no era de su cuerpo, pero que sin duda alguna les daba poder. Me gustaba pensar eso.
Así, yo veía el ir y venir de cuerpos sin celulitis, de piernas torneadas, de rostros casi perfectos, de las mujeres que iban luciendo como ninguna miss universo sus trajes de lentejuelas de los que luego se despojaban, sin ninguna pena, hasta artísticamente, al contonearse en el tubo, en medio de los gritos y silbidos de hombres unos medio borrachos, otros muy borrachos y los más borrachos pero de deseos carnales.
Hombres, hombres, algunos comprobando su mansillada hombría o guardando la decencia que aparentan en el cajón, o buscando un escape al hartazgo de hacer el amor con la misma mujer o simplemente divirtiéndose admirando mujeres que nunca tendrán en la cama y entonces aprovechaban como niños chiquitos con carros de juguete agarrando tetas y nalgas casi como queriendo tener 80 manos, como si nunca hubieran agarrado una aunque ya tengan 50 o 60 años, así, con los ojos inyectados de lujuria y machismo al mismo tiempo.
Mientras yo miraba absorta y atisbaba cada mesa, cada cliente, cada mesera, cada bailarina, cada cuerpo, el hombre gordo dormía…incluso roncaba, a pesar de los intentos fallidos de la mujer a su lado que le propinaba varios besos entre tiernos y desesperados, mientras daba pequeños sorbos a su copa de vino.
Ahí estaba, el poder y el dinero desparramado en un sillón de putero, a merced de la ternura de una puta, (porque luego me confesó que hacía tres servicios, baile, compañía y sexo) cuya historia esconde con gloria cada vez que entra y cuyo amor debe también guardar en alguna parte, pero que quizá tenga mucho más de humildad que todos aquellos hombres en el bar, que en su cabeza tenían una escena distinta, plagada de vulgaridad.
Todos excepto uno, cuyo hartazgo interrumpió mi momento reflexivo y mi ejercicio visual, para chocar mi copa de whisky con su cerveza y confesarme sin reparo que estaba enamorado de una chica, que todas esas mujeres pueden ser perfectas, pero que la perfecta lo espera al otro día, para vivirla cinco horas.
Entonces me regresó la esperanza y no la de encontrarme un hombre que como dice la Rosenvirger cuide de mí, quiera matarme y se mate por mí, sino, la esperanza de que todavía en la humanidad hay pequeñas manchas de esperanza, de ganas de amar, de ejemplo, de coraje, de ternura, de humildad, de sencillez, de alegría…de todas esas cosas que a veces se antojan lejanas, simplemente porque ya muchos no se toman la molestia de darse cuenta que efectivamente…el sol otra vez ha salido y que mientras eso pase podrá existir todo esto que somos capaces de dar y que escondemos casi con frecuencia para encajar en un mundo que va pudriéndose.
Lo comprobé al día siguiente. Cuando me reencontré con mis amigas, con las mismas, con las del mismo dolor, las de la misma gloria, la misma alegría, esas las que la vida misma no nos deja olvidar, ni perder. De esos reencuentros quiero llenar mi vida.
En la fiesta de pelucas y sombreros de mis amigas, me di cuenta que Mariangel era más alegre y optimista de lo que aparenta, que Isabel es mucho más divertida de lo que cree, que yo soy más aburrida de lo que esperé, que Raquel es más amorosa y madura y que Ale sigue siendo la misma de actitud desparpajada y sencilla, sin mayores complicaciones. Descubrí que al final seguimos siendo las mismas locas que estamos ahí, para siempre, que contamos la una con la otra y viceversa y que seguiremos ahí, reencontrándonos…eternamente.