Se llama Elena. Dice que es "menudita" pero que Pancho le dice que está "re buena", porque tiene de todo.
Aunque tiene un defecto, que a casi nadie le cuenta.
--Te lo voy a decir nada más porque me caes bien méndiga chaparrita, pero me hacen burla porque tengo mi dedo gordo más chico que el que le sigue ¿Cómo se llama?--susurro.
--No sé, ¿el segundo?--respondí.
--Bueno ese no sé como chingados se llama, pero es ese.
Elena tiene 32 años y no tiene un brazo. Ha contado la historia de cómo lo perdió cientos de veces, una más, asegura, no le provoca ningún sentimiento.
Ella se enamoró, cuando llegó al Distrito Federal, no sólo de la ciudad, también de Mario Pérez, un albañil que trabajaba en la construcción de un edificio en la delegación Atzcapotzalco y que no perdonaba el trago del día.
Antes de decir cuán enamorada estaba hace muecas.
Llegó de Coxcatlán, Puebla cuando tenía 19 después de que su tía Consuelo la recomendó con su madrina para que trabajara en una casa en Polanco.
Pero la madrina no conocía ninguna casa en esa zona, resulta que ni era madrina, sino esposa del dueño de un bar en Azcapotzalco, donde quería que Elena y su hermana Catalina trabajaran de meseras.
Elena se escapó un día. A Catalina la metieron a la cárcel porque hirió a un borracho con un cortauñas, todavía está presa.
Cuando Elena huyó era de noche, no sabía donde ir y decidió dormir en la banca de un parque donde compartió la miseria con cuatro chavos de la calle: el "tuercas", el "puebla", la "chola" y la "mula".
--Me cae que son a toda madre esos gueyes que viven en la calle, pero la gente es bien mala no entiende y hasta les da miedo como si fueran delincuentes, aunque algunos si son bien cabrones--dijo al mismo tiempo en que agarraba la escoba con su mano izquierda, la que le queda.
--Pero cuéntame de Mario-- insistí.
Luego de que soltara carcajadas que hicieron voltear a dos PFPs que nos miraban, me contó que Marió fue el culpable de que perdiera el brazo.
El tenía 39 años cuando Elena tenía 23 un día llegó borracho y vació sobre el brazo de ella un balde de agua hirviendo, luego la llevaron a la Cruz Roja, las heridas fueron muy severas y después de cinco días le amputaron el brazo.
En menos de cinco minutos me lo contó. Se ahorró las horas de alaridos por el dolor de las quemaduras, la pelea legal con Mario y los jaloneos con una amiga activista que quería demandar a Mario por violencia intrafamiliar.
Se ahorró las horas de angustia que sufrió una año después al pensar que nadie le daría trabajo, se ahorró la descripción de las ganas de matar a Mario y siguió contando una historia que ya me tenía atrapada entre la admiración y el asco por la vida.
Elena siguió amando a Mario, regresó con él y tuvieron un hijo. Mario siguió golpeándola, bebiendo cada minuto más y engañándola con cuánta puta que su sueldo de albañil le permitía pagar.
Luego me contó de los festines que Mario se daba entre putas con lonjas, mezcal barato y cocaína de muy mala calidad.
Sin más explicaciones interrumpió la parte de las fiestas para decir abruptamente que a Mario lo mató el esposo de una mujer con la que andaba. No dio detalles.
--Pero lo quise un chingo al cabrón, ahora ya está en el hoyo, allá se va a quedar por andar de cabrón, ojalá no venga a jalarme las patas--suelta riéndose.
La vida se le va en risa, ríe mucho. Se carcajea, o sonríe discreta o nerviosa. Cuenta que un día le dolió el estómago de tanta risa.
Así va cargando su historia, que todo el mundo se sabe, la secretaria de Aviacsa, el piloto de Aeroméxico, el reportero de la Jornada, la empleada del Burger King, un policía auxiliar regordete que le "echa el perro", todos, menos su jefe, el de la empresa de mantenimiento que la contrató hace cinco años.
Allá va barriendo con alegría los pasillos ambulatorios del Aeropuerto.
Antes de irse...dice que está enamorada de Pancho, que ya no le pega y que la quiere con todo y su dedo gordo y afirma que ha aprendido mucho de la vida...como si no me hubiese quedado tan claro.
Yo aprendí más, Elena le ha dado a la vida más oportunidades de las que una puta le da a un cliente impaciente que tarda en tener un orgasmo.
Le dio oportunidades al amor y también a la vida...es una auténtica malabarista de la casualidad y el destino...allá va, con su traje azul impecable su escoba y su recogedor, levantando el polvo de la felicidad...que muchos ni siquiera hemos olido.
Gracias Elena...
La próxima vez pensaré en darle una oportunidad a la vida...al amor...ya se la dí.